¿Cuántas veces te prometiste hacer algo y no lo hiciste? Seguramente responderás que un par o un montón de veces. A mí sí me ha pasado, me ocurre cotidianamente que planeo y planeo, pero no aterrizo. Nos da miedo saltar al abismo solos, siempre existe algo que nos frena a ello y a veces buscamos que alguien nos de ese empujón para saltar.
A propósito de ello, una amiga me preguntó algo como: ¿qué pasaría si todos hiciéramos las cosas que tenemos que hacer en el tiempo que corresponde? No me acuerdo que respondí en aquel momento, pero entrando en reflexión, creo que hacer lo debido en el momento indicado nos haría más libres. También nos haría ser nosotros mismos, libre de prejuicios de normas morales y éticas, dando cumplimiento a nuestros impulsos. Libres para disponer de nuestro propio tiempo, para dar paso a nuevos momentos, etapas, sueños, deseos, en fin…
Todo ello me viene a la memoria, y tras la conversación que mantuve me pasó un poema de Luis Rius, y volví a reflexionar. Saltar ese abismo y hacer lo que nos marcan nuestros impulsos, sentimientos o nuestros deseos sin que esos prejuicios marquen la propia realidad de qué hacer en cada momento es a veces difícil de gestionar, porque siempre existe diferencia entre lo que quiero hacer y lo que hago. A parte de los prejuicios siempre están nuestros miedos a que cambien ciertas cosas en nuestra vida, y que las cosas no sean como planificamos inicialmente en nuestra hoja de ruta, la que intenta guiarnos por la vida. ¿Pero qué ocurriría si algo cambiara? Os dejo con esa reflexión y con el poema de Luis Rius.
VECES SE PIENSA EN EL MAR
Cuando yo pueda andar toda una tarde
por la orilla del mar, cuando yo tenga
dinero para ir al mar, cuando me quite
esa larga pereza de estar aquí en mi casa
derrumbado, arrumbado, derrengado
en la cama entre libros y tristezas,
y acomode mi ropa y suba a un taxi
para ir a la estación del tren, y mire
cómo se van y van casas y casas
de la ciudad, y diga en pensamiento:
me voy al mar…
Cuando yo me decida
a decirme a mí mismo: voy al mar
porque no quiero estar aquí conmigo
entre harapientas, pobres soledades,
se van a incomodar todas las horas
que se habían alojado en los rincones
de este cuarto, a montones, como polvo,
acostumbradas a que nada ocurra
y al olor encerrado día tras día.
Yo sé bien que ellas saben que me he dicho
muchas veces: si yo me decidiera
y por fin fuese al mar…
Y si cerrara suave, quedamente la puerta
de la casa, pensando
que no pienso marcharme para siempre,
con el pulso tranquilo, como cuando
cierro para bajar a comprar más cigarros.
Y si bajara sin prisa la escalera
y no me detuviera y caminara y caminara
y sin sentir llegase a un tren que espera
y me subiera en él y el tren se fuese
a cualquier parte, lejos, y tuviera dinero en el bolsillo y no pensara
en todo lo que dejo aquí pensado.
Si tuviera o tuviese, si pensara
o pensase o pudiera o pudiese…
Yo sé la pena de los subjuntivos
porque tampoco saben ir al mar.
Si yo no odiara el mar, como esos otros
que les gusta ir al mar a broncearse,
a hacerse un poco estatuas de sí mismos
y enamorar al sol a otras estatuas solas.
Pero a mí no me gusta el mar. Yo digo
que me gustan los pueblos tierra adentro
con su campo labrado, con sus yuntas,
sus aperos, sus serios labradores,
y salir yo muy de mañana al campo
a oler el olor bueno de la tierra.
Porque yo soy de un pueblo tierra adentro
y nunca olvida nada el inconsciente,
dicen que dijo Freud, digo que dicen.
Si yo, si yo, si yo, si yo dijera…
sí, sí, podría decir…
(Voy a dormirme un rato, y a ver luego…)